Educación

Resistencia al cambio y al aprendizaje

El texto, la palabra escrita, el abecedario, han mantenido hasta ahora la hegemonía sobre otras formas innovadoras de hacer educación. La escritura y la lectura siguen siendo los ejes de un aprendizaje que se remonta a varios siglos y que excluye nuevas maneras de ver el mundo. La “transmisión de conocimiento” (que como expresión encierra una falacia) es una simple distribución de información que con frecuencia ni siquiera es pertinente al contexto de aprendizaje.  Si lo que se quiere es introducir nuevas tecnologías para reforzar esto mismo, entonces estaríamos traicionando los ideales de una educación liberadora, es decir, basada en los derechos humanos, constructora de ciudadanía.

Las escuelas deben cambiar como proyecto educativo, no como infraestructura.  No basta aterrizar computadoras y conectividad con Internet, no bastan las cámaras de video y los estudios de radio.  Se necesita una escuela que promueva procesos de aprendizaje reflexivos y basados en la experiencia, relevantes socialmente, es decir, insertos en una realidad social más amplia.

La necesidad de que la institución escolar se adapte a las nuevas necesidades sociales, pasa por una revisión en profundidad del proceso educativo, que en muchísimos casos ha dejado de ser un proceso, para convertirse en una mecánica repetitiva, seca, desprovista de humanismo.

La educación que Freire y sus discípulos llamaron “bancaria” porque no iba más allá de colocar información en la cabeza del educando como quien coloca monedas en una alcancía, lamentablemente subsiste en gran escala, y en muchos de nuestros países subsiste precisamente por la resistencia de las propias organizaciones de maestros a renovarse y renovar la educación.  No hay nada más difícil en los tiempos actuales, al menos en América Latina, que llevar adelante una reforma educativa que permita adaptar la escuela a las necesidades sociales actuales. A esa reforma educativa se oponen actores que son centrales, los propios maestros.

La figura del maestro debería transformarse, para convertirse en garante de una dimensión más dinámica de la educación. La función “transmisora” de información de los  maestros, carece de sentido. El maestro de hoy debe tener la capacidad de facilitar procesos de comunicación y educación que formulan problemas, colocan preguntas provocadoras del diálogo y el debate, permiten sistematizar las experiencias individuales y colectivas de todos los participantes en el proceso educativo, y no solamente de los educandos o alumnos. El maestro debe ser un dinamizador de situaciones de educación, comunicación, trabajo y creatividad a través de las cuales se genera un saber colectivo.

Los educandos necesitan desarrollar en el proceso educativo su condición de ciudadanos con derechos. Es imprescindible para ello que adquieran un repertorio que les permite abordar la globalización, por ejemplo, desde lo local y desde lo global, o como algunos teóricos (Appadurai, 2001) han llamado la “glocalización”.

http://www.escritoresyperiodistas.com/NUMERO31/alfonso.htm
www.diariocorreo.com.ec/…/08/ciudad143.jpg
el-nacional.com/www/site/p_contenido.php?q=no…

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